La espiritualidad ignaciana conocida hoy como
"ignacianidad" es totalmente laica; pero esta afirmación no excluye
la dimensión sacerdotal. Jesús al igual que Ignacio fue laico, pero eso no
invalida que le Carta a las y los
Hebreos presente a Jesús no sólo como sacerdote, sino como sumo sacerdote y que
con él se inicie una nueva concepción del sacerdocio como servicio, no reducido
a lo sacro y a lo cultual. Todo jesuita antes de ser sacerdotes es laico como
Ignacio pero después pensando en un mejor servicio opta por la vida religiosa y
no todos y todas por el hecho de ser
laicos y laicas, hemos sido ignacianos. La ignacianidad como espiritualidad es
una opción, un estilo de vida y una práctica evangélica, un modo de ser y
proceder.
La espiritualidad en la Compañía
de Jesús, herencia legada por nuestro padre y fundador Ignacio, es ignaciana. En la ignacianidad el centro no
es Ignacio sino Jesucristo. En esta espiritualidad se podrían distinguir dos
etapas complementarias: La primera, desde la conversión en la casa fortaleza de
Loyola hasta la incipiente formación de la compañía de Jesús en Paris, con aquellos jóvenes universitarios
"amigos en el Señor" que toman votos religiosos en Montmartre. La
segunda, como Orden Religiosa al servicio del Papa para la misión. En la Orden Compañía de
Jesús se concretiza un modo específico de vivir la ignacianidad, sabiendo y
aceptando con humildad, que no es la única opción. Se puede ser ignaciano sin
ser jesuita, pero no se puede ser compañero y seguidor de Jesús sin ser
ignaciano porque la ignacianidad es el fondo espiritualidad de nuestro modo de
proceder.
En la historia ha habido y seguirán habiendo congregaciones
o institutos laicos o religiosos que se inspiran en la espiritualidad
ignaciana, pero no son jesuíticos, como muchos movimientos laicos no son
ignacianos aunque nazcan y se desarrollen en el seno de la Compañía de Jesús. En esa
deficiencia hay un fallo. No todos los laicos y laicas que trabajan o colaboran
con jesuitas son ignacianos o ignacianas en su modo de proceder, aunque
teóricamente se identifiquen con nuestra espiritualidad. La ignacianidad no se
da por ósmosis. “Los estudios, los compañeros y la oración apostólica lo llevan
a descubrir un nuevo camino espiritual, el de contemplativo en la acción”.
Es evidente que no es lo mismo lo ignaciano y lo jesuítico,
eso es obvio, pero tampoco se puede insinuar que lo jesuítico le ha robado a lo
ignaciano su matriz laica, en Ignacio no es excluyente su ser laico y después
su ser presbítero, son realidades unitarias y complementarias en su persona.
Los jesuitas no nos hemos apropiado indebidamente la espiritualidad laica,
afirmar esto sin más es crear ruptura en la vida de Ignacio de Loyola y en la
vida de los primeros compañeros. Ellos, partiendo de la vivencia de los
Ejercicios Espirituales y del discernimiento personal y compartido deciden en
las deliberaciones presentarse al Papa, si no es posible viajar a la Tierra del Señor, en el
plazo de un año. Ellos se pondrán a disposición del Romano Pontífice, en Roma.
Aunque la ignacianidad es totalmente laica por su génesis,
no es menos cierto que si no se hubiera institucionalizado y puesto por escrito
estaría como muchas espiritualidades en la iglesia, al libre albedrío. Lo
jesuítico y lo ignaciano tampoco son opuestos y excluyentes. Lo jesuítico es un
modo de vivir lo ignaciano. San Ignacio,
por opción y por misión se consagró presbítero junto a los primeros
compañeros en Venecia.
En Roma nace la Orden Compañía de Jesús. Lo importante de la
ignacianidad no es el debate, si es o no laica, para Ignacio y sus diez
compañeros lo fundamental es el modo de vivir el seguimiento de Jesús, por eso
pide con insistencia ser aceptado en su compañía, hasta que Dios Padre, Dios
hijo y Dios Espíritu Santo aceptan al peregrino la petición que hace a la Virgen María en la Capilla de la Storta , camino a Roma.
Esta espiritualidad laica
e ignaciana se pone al servicio de la iglesia (Jerárquica), para el bien
de las almas y para la misión, llevar el evangelio, la vida de Jesús, a todas
partes del mundo, especialmente a las fronteras no territoriales, sino a aquellas donde se atenta contra la vida, la
existencia y la dignidad humana. Estos
hombres disponibles, y no siempre entre laicos y laicas podemos encontrar esa
disponibilidad, no eran laicos, sino sacerdotes con estudios universitarios
enviados a las fronteras para hacer la contrarreforma desde y para la Iglesia universal. La Compañía desde su origen
es internacional y universal. Fundamental para el Cuerpo Apostólico es la
disponibilidad y la obediencia; una vida sencilla y casta.
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